Búsqueda implacable: De la inutilidad del impuesto a las grandes fortunas
- LaLlamaFinanciera
- 17 feb 2021
- 4 Min. de lectura

Por: Diego Rojas Vargas
Impuestos Nacionales no pasó San Valentín sin dejar un mensaje a sus contribuyentes: Una amenaza al mejor estilo de búsqueda implacable. A grandes rasgos, dijo que se realizará la investigación, el control y la fiscalización, para identificar a las personas naturales que no se registren como contribuyentes del Impuesto a las Grandes Fortunas (IGF) pese a poseer un valor neto de fortuna mayor a 30 millones de bolivianos, y que aquellas personas que intenten evadir el pago de su respectiva cuota de 1,4%, el 1,9% o el 2,4%, pagarán el doble como castigo.
El Impuesto a las Grandes Fortunas es el nuevo juguete de exhibición del gobierno de Arce y, básicamente, consiste en hacer un recuento de todos los activos de una persona; como inmuebles, joyas, acciones, ahorros, renta, etc. Si la suma de estos supera el valor de 30 millones de bolivianos, se considera una gran fortuna, y debe pagar un impuesto. Esto no es un invento nuevo. Se ha intentado varias veces y en muchos países bajo la bandera de ser un instrumento redistributivo que busca disminuir la desigualdad, sin embargo, ¿será realmente útil?
Existen dos opiniones respecto a esto, y están muy bien representadas en una entrevista realizada por la BBC a Chris Edwards —Director de Estudios de Políticas Tributarias del Instituto Cato en Estados Unidos con sede en Washington D.C.— y a Emmanuel Sáez —Profesor de Economía de la Universidad de California, Berkeley—. Edwards se encuentra en contra alegando que los ricos y sus empresas generan desarrollo, y que gravarlos, haría que el desarrollo se trunque y culminaría en todo lo que esto conlleva. Por otro lado, Sáez se encuentra a favor, y ve a la progresividad impositiva como el camino hacia la equidad; también alega que los ricos evaden impuestos invirtiendo su dinero en empresas propias. A pesar de la contrariedad de opinión, ambos coinciden en que el impuesto a la riqueza no funciona porque los ricos simplemente mueven su dinero a otro país donde no deban pagar este monto.
Y los datos nos revelan que este impuesto no ha sido útil en su aplicación. Hasta 2018, de los trece países con datos disponibles —habiendo gravado este impuesto entre 1965 y 2015— solo Suiza reportaba una cifra de recaudo del 1% del PIB para 2015, los demás países tenían cifras menores e incluso cercanas al 0% (OCDE). Y es por esto que muchos califican a este instrumento como «simbólico» y no realmente útil.
Actualmente, Colombia, Uruguay y Argentina tienen una forma de impuesto a la riqueza, y tienen resultados similares: Uruguay ronda por el 1% del PIB, 0.2% en Argentina y 0.4% en Colombia.
La academia y sus hallazgos
En el trabajo de Seim (2014) sobre el caso sueco, los hallazgos indican que el impuesto al patrimonio desemboca en evasión impositiva. No se encuentra evidencia en la inversión o desinversión en mercado de capitales, tampoco una caída en los niveles de ahorro, sin embargo, esto solo en el corto plazo ya que no existen datos para encontrar los efectos en el largo plazo. Esta información puede ser a la vez engañosa, ya que solo trabaja con datos de la riqueza en el territorio y no se puede calcular cuánta riqueza «escapó» a otras naciones, siendo este uno de los principales puntos criticados al utilizar estas políticas. Jakobsen et al. (2019) ilumina, dice que aún no existe evidencia empírica sobre cuán resistente es el capital a la carga impositiva —es decir, cuánto podemos gravar al capital antes de que este comience a decrecer— a pesar del entusiasmo de Sáez y sus estimaciones. Pero todavía más importante, no se conoce cuál es el efecto en las personas que están por convertirse en ricas al momento de aplicar el impuesto. ¿Se van? ¿Se quedan? La extrema facilidad de movimiento de capitales hace que evadir el impuesto sea relativamente sencillo, y esto lleva a decir que los estudios están, en algún sentido, incompletos debido a que esto no es completamente cuantificable por el secreto bancario.
De si es un instrumento para pelear contra la inequidad aún no existe consenso.
Bolivia
Sáez cree que el problema reside en los sistemas impositivos, donde uno paga impuestos en el lugar en que radica y donde ha generado los activos. Por eso, ve a Estados Unidos como candidato predilecto, ya que, según sus propias palabras, «tiene un sistema basado en la nacionalidad. Si eres estadounidense tienes que pagar impuestos en EE.UU. sin importar donde vives», por otra parte, «hay regulaciones que fuerzan a cualquier institución financiera en el exterior a informar a las autoridades estadounidenses sobre las transacciones de sus ciudadanos». Con el nuevo IGF, el Sistema de Impuestos Nacionales (SIN) boliviano busca hacer algo parecido, pero improvisadamente. Se establece que debe pagarse el monto aunque los activos se encuentren en otro territorio. Sin embargo, la capacidad de SIN es altamente limitada en lo que respecta a forzar a instituciones financieras extranjeras; su control en compra y venta de activos financieros extranjeros es mínima— y la lista podría continuar—.
Por otra parte, la experiencias de este impuesto se han dado en países con un sistema impositivo desarrollado, con un sistema financiero desarrollado y con una economía formal. Bolivia, por su parte, ronda el 70% de informalidad —probablemente engrosada con la pandemia del COVID19— y posee un sistema financiero en pañales. No tenemos idea de lo que puede suceder. Entre algunos de lo cuestionamientos están: La capacidad de ocultar los activos, la liquidez de aquellos —es decir, mi patrimonio vale 30 millones pero en realidad no tengo el dinero—, y en un aspecto más comportamental, el malestar que puede generar que solo un 20% de la población pague impuestos en lo que a negocios respecta; y probablemente esta gente tenga que pagar el IGF.
El camino podría no encontrarse por donde Arce y su gabinete apuntan, pues un problema mucho más fuerte y problemático se esconde a la vista de todos: La necesidad de formalizar nuestra economía. El IGF parece más un espectáculo. Un simbolismo para mantener las bases felices. Un instrumento que no tendrá pies ni cabeza. Y sobre todo, una jugada política.
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