Crecimiento y déficit, la verdad detrás de las cifras.
- LaLlamaFinanciera
- 15 mar 2021
- 3 Min. de lectura

Por: Yerko H. Arandia
Sin lugar a dudas, el 2020 fue uno de los años más duros que nos tocó vivir como bolivianos. A diferencia de otros países del alrededor del mundo que vieron su economía golpeada de forma repentina por un factor exógeno, los bolivianos estábamos apenas saliendo de una crisis política que venía de golpear fuertemente la aparente «estabilidad» de la cual gozó la economía boliviana durante la última década. La economía estaba intentando recuperarse y encontrar nuevos rumbos cuando el COVID 19 nos recordó lo que significaba limitar las actividades comerciales. Pero a diferencia del pasado, este acto no fue por convicción, sino, una imposición con éxito limitado para luchar contra el virus.
El Estado, según sus previsiones que desde mi punto de vista son en el mejor de los casos optimistas, manifiestan que los ingresos que obtendrá por concepto de tributos alcanzarán los 42.565 millones de bolivianos, muy por debajo de lo que se anticipaba para el año anterior con una proyección de 54.575 millones de bolivianos. Esta disminución de 12.010 millones, equivalente al 22%, debería preocupar inmensamente a un gobierno que tiene como objetivo de crecimiento un 4.4%, y que resalta que esto se alcanzará principalmente gracias a la inversión pública, bonos sociales y reducción del gasto corriente.
Siguiendo de cerca las decisiones tomadas por el ejecutivo, avizoro no solo que estos no se alcanzarán, sino, que detrás del discurso de independencia ideológica, nos esconden que para el futuro inmediato, detrás de estas cortinas de humo, se viene un incremento significativo de la deuda.
Lo más apropiado para iniciar este análisis es exhibir la realidad de la economía real.
No es sorpresa para nadie que las empresas, al tener sus actividades limitadas durante meses, vieron sus ingresos desmoronarse mientras sus obligaciones, por el contrario, no dejaban de crecer. Esta situación se extendió a tal punto que una gran cantidad de empresas que, inicialmente intentaron «aguantar» con la esperanza de sobrevivir y volverse a levantar, no tuvieron otra elección que liquidar sus bienes para cumplir con sus obligaciones. Las quiebras de estos negocios desembocaron en una escalada en tiempo récord del desempleo, en una disminución notoria de la inversión y también del consumo, que como un ciclo sin fin continuó afectando a los negocios que necesitaban de estos fondos para mantenerse.
Como segundo punto, y pasando al mundo de las ideas y los planes, tenemos que, muy confiados y entusiastas, señalan que la economía boliviana crecerá este 2021 citando fuentes como el Banco Mundial que proyectan un crecimiento del 3.9%. Este crecimiento, según el ministro de economía, sería financiado a través de la inversión pública, olvidándose claramente que dirige un Estado «en quiebra» como lo categorizó el presidente, con reservas en mínimos de la década y con un tipo de cambio fijo, por lo que necesitará endeudarse para financiar este crecimiento.
Este punto es preocupante pues se dejó de lado créditos blandos como el del FMI con las mejores condiciones que tuvimos respecto a préstamos en la década (0.9% contra un promedio de 3,1% y 5% bonos soberanos), para posteriormente, planificar la colocación de bonos de un país con dudosa seguridad jurídica y una crisis política en escalada que implican directamente mayor riesgo y consecuentemente, altas tasas de interés.
Tomando en cuenta que el país no tendrá una recaudación que le permita financiar estos proyectos, que la renta petrolera está fuertemente golpeada por los mínimos que tuvo el precio del petróleo, la negociación de menores volúmenes exportables a nuestros socios comerciales, Brasil y Argentina, que el aparato estatal en lugar de reducirse junto con los gastos corrientes del Estado se incrementa cada vez más y finalmente considerando que el costo de la deuda al que podremos acceder aumenta con el accionar político del ejecutivo, es poco probable que observemos un crecimiento siquiera similar al que proyectan.
A mi parecer, la única forma de acercarnos a esas cifras es a través de un improbable, por no decir imposible, cambio de paradigma, donde el Estado promueva y atraiga la inversión extranjera y se mantenga al margen en cuanto a intervenciones en la economía.
Yerko H. Arandia
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