¿El desarrollo debería venir por parte del gobierno?
- LaLlamaFinanciera
- 27 jul 2021
- 4 Min. de lectura

Por: Pablo Garcia Quint (Columnista)
Recientemente, el portal de noticias Página Siete informó que “el Gobierno prevé invertir Bs 1.100 MM para industrializar.” El tema de industrialización es algo que por mucho tiempo viene en la esfera pública pero nunca se concreta. La riqueza del país frustra a cualquiera cuando no se la puede aprovechar. Al final, algunos se podrán sentir casi aliviados con tal iniciativa estatal, más aún, después de un año y medio de los efectos de la pandemia. Sin embargo, debemos aclarar algo. Tal medida, más allá de la intención que se tenga, es poco probable que tenga los resultados que se esperan. Primero, porque en el pasado, el Estado mostró que la inversión pública en sectores que ellos pensaban que eran rentables, en realidad no lo eran, y segundo, que viene a ser la cuestión más importante, porque la planificación central de la economía no es la misma que la iniciativa empresarial. Una parte de un proceso de mercado que busca ganancias pero nada asegura que las encuentre, y otra parte de una búsqueda arbitraria de ganancias en la que se cree que la información que posee el Estado es la necesaria para tener un producto ideal.
La propuesta de industrialización, el artículo de Página Siete reporta, tiene la intención de asignar “29 millones bolivianos para encarar estudios de pre inversión para la implementación de industrias de química básica, camélida en Oruro, cárnica en Beni y de productos del Chaco chuquisaqueño”. Sobre este tema, de igual manera, el ministro de Desarrollo Productivo y Economía Plural, Néstor Huanca, declaró que “el estudio determinará cuánto se requerirá para invertir en estas plantas. Nosotros estimamos que serán más de 1.100 millones de bolivianos que requerimos para instalar estas plantas industriales”. Pero acá, debemos preguntarnos primeramente, ¿qué antecedentes existen en los que la inversión pública fue implementada exitosamente en Bolivia? Recordemos dos casos: La planta de azúcar de Buenaventura y la empresa tecnológica Quipus, ahora llamada Aurum.
Por un lado, la estatal azucarera de Buenaventura nunca tuvo una rentabilidad real. En 2019, el portal Brújula Digital reportó que la empresa se encontraba en quiebra técnica. De acuerdo al Sistema Integrado de Gestión y Modernización Administrativa (Sigma), y del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas la empresa, “registra un patrimonio negativo de 275,7 millones de bolivianos a diciembre de 2018”. A esto se suma el análisis del economista Julio Linares, quien afirmó que “la firma estatal tuvo déficit en ocho de los nueve años en los que se encuentra en operaciones, de modo que sus pérdidas acumuladas llegan a 243,5 millones de bolivianos hasta el cierre de la anterior gestión [2018]”, siendo solo el primer año de operaciones donde no registraba pérdidas. Lo curioso es que el Estado mismo se dio cuenta que tal sector no era rentable, por lo que decidió invertir $35 millones de bolivianos “para instalar una planta de deshidratación de alcohol” en su reemplazo (Brújula Digital, 2019). Pero es más, un estudio en 2009 hecho por la conservación Internacional de Bolivia, el diario Página Siete dio a conocer, mostró la poca viabilidad de la empresa. Estudios incluso de agro técnicos internacionales mostraron la inviabilidad de tal inversión. Sin embargo, las intenciones del Estado eran las de generar rentabilidad en un sector así, y tal proyecto continuó a pesar de todo.
De igual manera, la empresa Quipus, en un artículo del periódico El Diario, reveló que una evaluación hecha por el Ministerio de Desarrollo Productivo y Economía Plural a la empresa estatal ensambladora “Quipus” determinó que tal empresa es deficitaria. El reporte añade que “[e]n los almacenes se encontraron 11.200 teléfonos móviles y 34.000 computadoras Kuaa, que no pueden ser comercializados por su mala calidad y falta de actualización del sistema operativo”. Los $60 millones invertidos en esta empresa, al final, no rindieron ningún fruto. El reporte de El Diario concluye, a través del estudio hecho por el Sistema Integrado de Gestión Pública (Sigep) del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas, que entre 2014 y 2018 la empresa registró un déficit de Bs. 143 millones. Incluso, el Viceministerio de Comunicación, en 2020 informó que la empresa es deficitaria.
Entonces, estos dos casos nos muestran que las posibles asignaciones de recursos del gobierno no son las mejores, pero, ¿por qué? El rol de buenas asignaciones de recursos, nosotros sostenemos, está reservado para la iniciativa empresarial que proviene del empresario. Recordemos que el empresario está en búsqueda de oportunidades dentro de la economía para poder aprovecharlas y así generar beneficios para él mismo y para la sociedad. La diferencia con el Estado es que el empresario vuelve un proyecto de inversión personal. Es su dinero el que está en juego, por lo que se intenta tener el mejor resultado a pesar del riesgo que conlleve dicha inversión. El riesgo es justamente lo que el Estado no percibe porque al final del día no es el dinero del presidente ni del ministro ni del viceministro, es el dinero de una institución que recauda fondos en base a los aportes de todos los ciudadanos. Es por eso que una inversión mal hecha que desgasta $60 millones en una empresa tecnológica que no tiene proyecciones en el mercado interno y mucho menos para el mercado internacional, parece una buena idea. De la misma manera, una empresa azucarera que desde antes de iniciar sus operaciones es inviable, se decide abrir de todas formas.
Una noticia así, en la que el Gobierno prevé una inversión muy grande para industrializar el país, debería dejarnos pensando si realmente el Estado es el mejor asignador de recursos para hacerse responsable de tareas como esta. Sabemos que la oposición a proyectos como este en el ámbito académico es raramente escuchada, pero es necesario hacer notar de a poco que el sector privado debería tener este rol y no el Estado. Y en cuanto a la pregunta que lanzamos en un inicio, esta no llega a ser una pregunta retórica porque sabemos que la respuesta es NO.
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