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Por: Miguel Morales Gutierrez
El gossypium herbaceum, el oro blanco, o mejor conocido como algodón, teniendo un oscuro pasado histórico, lleno de esclavitud y revoluciones independentistas, como la que se desató en Estados Unidos en 1775 y que duró hasta 1783, llevó a que se lo considere como un tema tabú para los negocios. Ya para los años entre 1920 y 1940, hubieron muchas escuelas económicas —como la clásica— que mencionaron que el algodón iba a convertirse en el commoditie del siglo. Sin embargo, la crisis de la Gran Depresión en 1929 y el surgimiento de las políticas keynesianas junto al gran consumo de petróleo, oro, plata, cobre, trigo, y otros, empleados para abastecer a las tropas en la Segunda Guerra Mundial, marcaría otro rumbo más apagado para el mercado del algodón.
En Bolivia, el cultivo del mismo, también llamado tocuyo, se intensificó en el siglo XVIII en la región de Cochabamba, pero, en la búsqueda de mejores rendimientos de la tierra y abarcar mayores extensiones, los ojos del negocio fueron puestos en Santa Cruz, específicamente en la zona del Pailón, donde las condiciones ambientales y climáticas daban un plus para obtener productos de calidad.
Para que tengan extra datazos en sus siguientes conversaciones, contarles que en Sudamérica se cultivan 18 especies de algodón, de las cuales, las más cotizadas se producen en el Oriente de Bolivia por sus condiciones geográficas, como ser, lluvias que van de 700 a 1300 mm, temperatura de 20°C a 30°C y cultivo a latitudes menores a 500 msnm. La tierra, por su contraparte, para tener altos rendimientos del cultivo de algodón, debe tener suelos arcillosos, y pH entre 5,5 para ser óptimos y permeables a los encharcamientos por riego o lluvia.
Pese a existir fibras sintéticas, el algodón sigue teniendo un peso importante en Bolivia. El último dato por el IIRSA indica que 43% de las exportaciones bolivianas solo son realizadas al Perú, donde la producción de hilados sube cada año, sin embargo, la cadena actual de producción solo llega a 5200 Toneladas anuales, lo cual conlleva a no ser aún competitivos a nivel mundial. Tanto nos afecta, que más del 80% de los contratos son de tipo forward y con contactos privados, puesto que si logramos salir del estilo de mercado actual, las exportaciones podrían ser competitivas internacionalmente de manera automática, donde podríamos incluso hablar de realizar contratos a futuro y pertenecer a cámaras de productores, tener acceso a mercados de tipo spot, y consolidar clientes que ya no sean momentáneos, sino que sean constantes y confiables en su consumo a largo plazo.
Actualmente, con esta “precariedad” del sector, aún seguimos teniendo buenas cifras, vendiendo el producto a un precio promedio de 109$/quintal, pero aún los costos de realizar solo la burocracia de exportación y otros son altos, por ejemplo, 1200 toneladas exportadas al Perú con un valor aproximado de 28 millones de BOB podrían elevarse a 39,2 millones de BOB solo con unos cambios de contrato de tipo futuro y no forward, atrayendo a clientes que operen en mercados más organizados donde la reducción de costos operativos y administrativos podrían reducir el 40% actual del costo; donde observamos un precio de venta casi doble o triple del precio actualmente ofrecido, puesto que nuestra tierra y su extensión aún solo son explotadas en un 20% y esto puede llegar hasta el 60% para 2023 si solo se invierte en biotecnología para las semillas y aplicación de sistemas de riego automatizados, obviamente atrayendo a mejores y nuevos inversionistas. Por su gran impacto positivo en la economía, este sector fue incluido en el programa de desarrollo hasta el 2025 para impulsar la recuperación de la economía, pero aún nos faltan fuentes de financiamiento ya que este aspecto continúa truncando de alguna forma a este maravilloso y suave mercado.
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