La peste invisible del siglo XXI
- LaLlamaFinanciera
- 9 feb 2021
- 3 Min. de lectura

Por: María Laura Torrico Ramos
Esta última temporada el planeta tierra ha estado lidiando con bastantes eventualidades no gratas. Ha tenido que enfrentarse a virus, terremotos, tsunamis, y en específico, a un «agresor invisible», también conocido como contaminación fósil. El oro negro, el diamante de la industria petrolera, podría ser el verdugo del ecosistema acuático y terrestre.
La revista científica Environmental Research, publicó recientemente un documento en el cual se estima que para el año 2018, 1 de cada 5 muertes en el mundo de las personas mayores de 14 años se debía a una acción prematura de la contaminación fósil, es decir, aproximadamente el 20% de las muertes de dicho año se debía a este, siendo 8.7 millones de personas las víctimas asociadas a esta contaminación. Contextualizando, esta cifra excede al total de personas que se mueren anualmente en el mundo a causa de fumar tabaco, sumando a aquellos que mueren de malaria.
En el caso de Estados Unidos y Europa, más del 10% de las muertes fueron causadas por la contaminación fósil, y más del 30% en el caso de Asia del Este. Claramente, los países más desarrollados o industrializados serían no solo los que reportan más consumo de este combustible, sino, también los que sufren los mayores efectos. En el caso de los países en vías de desarrollo, como los latinoamericanos y africanos, esta cifra cae a menos del 10% como lo muestra el cuadro a continuación —aunque estas continúan siendo cifras bastante alarmantes—.

La comunidad científica ha establecido los lazos entre la contaminación del aire a raíz de la quema de combustible fósil y el incremento de las enfermedades cardiacas, respiratorias y la pérdida progresiva de la vista. Además del hecho que, de no existir estas emisiones, el promedio de la esperanza de vida en el mundo aumentaría en más de un año y el costo de salud global caería en 2.9 billones de dólares; equivalente al 3.3% del PIB global, o también 8 mil millones por día.
Expertos de la Universidad de Nueva York de escuela de medicina señalan que: «Si bien la contaminación del aire se ha reducido en países como China y Estados Unidos, aún cuenta con concentraciones grandes de la combustión fósil. En este sentido, aún queda un largo camino por recorrer en cuanto a los cambios y mejoras que se necesitan para reducir el costo humano y económico de estos daños».
A raíz de esto, es que a nivel mundial, tanto el Acuerdo de París, como las agendas de muchos gobernantes como el presidente Biden, Macron, y la canciller Merkel, señalaron tener metas concretas con respecto a políticas de «zero-carbon», así como las políticas de transformación a economías de energías 100% limpias, sustituyendo a la energía fósil para el año 2050.
Sin embargo, este tipo de medidas estarían afectando directamente a toda una industria: La industria petrolera, que por muchos años, los países pertenecientes a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) han defendido a capa y espada tratándose de una de las industrias más lucrativas a nivel global, pues llega a representar aproximadamente el 3.8% de la economía global. Además, empresas como ExxonMobil, la cual genera los mayores ingresos anuales del rubro (reportó ingresos de 255 mil millones de dólares anuales en el año 2019), significan la fuente de empleo de millones de personas.
Esto ha llegado a tener un impacto negativo que ya no se puede dejar de lado. Un costo de oportunidad tan alto para la humanidad que no solo está costando la salud de las personas, sino las vidas mismas. A la larga, no solo será un camino insostenible —como ya se está demostrando—, sino, que podría ser altamente destructivo, más de lo que las estimaciones en la actualidad dejan entrever.
El costo de oportunidad en términos de salud cada vez es mayor, dado que afecta de manera directa al capital humano, no solo por las vidas perdidas, sino también por las externalidades negativas que estos suponen en las ciudades y comunidades. Solo la infección de un río, puede alcanzar a dañar las condiciones sanitarias y alimenticias, de toda una población, además de deteriorar el desarrollo de los niños en edad temprana, disminuyendo a su vez, sus posibilidades de oportunidad en el futuro. Estos efectos tienen mayor impacto en las poblaciones de escasos recursos, sin embargo, las poblaciones más privilegiadas tampoco están a salvo de estos efectos.
Finalmente, es imperativo recalcar que las acciones a tomar no solo recaen en responsabilidad gubernamental, sino también, del empresariado. Es toda una transformación de la matriz energética, pero también es una transformación social en la que todos tenemos que tomar la responsabilidad y la parte que nos toca en lo que conlleva un desarrollo económico-sostenible. Es inversión pública y privada. Y son las decisiones que se tomen hoy, las que van a determinar la calidad de vida de las personas que en este momento compartimos un solo planeta.
Comments