PANDEMIALS
- LaLlamaFinanciera
- 8 feb 2021
- 6 Min. de lectura

Por: Jorge Eduardo Arzabe Mendieta (Columnista)
En poco más de una década nosotros, los jóvenes adultos (15-24 años), hemos experimentado dos crisis globales. La primera fue la crisis financiera del 2008, que tuvo su pico entre 2009 y 2010 (y a la que siguió una lenta recuperación económica) y la segunda -cuyos efectos persisten y perduraran durante los próximos años- es la pandemia del COVID-19. Como resultado de la más reciente, nuestra generación enfrentará serios problemas con su educación, prospectos económicos y salud mental. Perspectivas que ya habían disminuido por efecto de la degradación ambiental, el aumento de la desigualdad, la educación obsoleta, los diversos niveles de violencia y la disrupción tecnológica de la transformación industrial.
La generación “perdida”
Si bien la era digital ha generado nuevas oportunidades para algunos jóvenes, son muchos otros los que entran a la fuerza de trabajo en la era de desempleo. El reporte de “Perspectivas de Riesgo del COVID-19” (WEF, 2020), advirtió la existencia de una “próxima generación perdida” debido a la “desilusión juvenil” que se convertirá en un punto crítico en el siguiente par de años y que muestra que los logros alcanzados en materia de desarrollo podrían eliminarse si nuestra generación carece de las vías adecuadas a la educación y las oportunidades de trabajo.
Este problema se agrava cuando tomamos en cuenta desafíos como las diferencias demográficas que afectan a muchas regiones o las profundas disparidades sociales que repercuten en las oportunidades disponibles. Complicando la capacidad de los jóvenes de consolidar capital y movilidad social. Para trabajadores jóvenes, un mes siendo desempleado entre los 18-20 años puede causar una pérdida permanente de ingresos del 2% en el futuro (De Fraga, et al. 2017).
Más allá del dinero
Las desigualdades regionales persisten más allá de solo temas monetarios, estas también son visibles en cuanto a acceso educativo, sistemas sanitarios, seguridad social y protección de la violencia y el conflicto. Todo esto es posible evidenciarlo en indicadores como la ralentización de la tasa de retención educativa, el incremento en la incidencia de enfermedades no transmisibles, el aumento de casos de violencia y criminalidad o las altísimas tasas de migración que sume a los casi 31 millones de jóvenes inmigrantes en el mundo. La privación de derechos de los jóvenes se ha visto amplificada por otros factores como la desconfianza a los sistemas públicos a quienes perciben como corruptos e ineficaces y las fallas socioeconómicas que ha dejado en descubierto injusticias profundamente arraigadas, y que han tenido un fuerte impacto en el involucramiento de dicha generación de manera masiva en movimientos civiles alrededor del mundo.
Educación y trabajo
El 2020 marcó un reto para los sistemas educativos alrededor del mundo. Cerca del 80% de los estudiantes alrededor del mundo dejó la educación presencial. A pesar de su adaptación remota a nivel mundial, cerca del 30% de los estudiantes no pudo participar del aprendizaje virtual al no tener los medios digitales necesarios para ingresar. El ausentismo puede afectar su desempeño académico, incrementar el abandono escolar y conducir a comportamientos de riesgo, dificultando su entrada al mercado laboral y teniendo un efecto a largo plazo en su calidad de vida. La situación es particularmente más difícil al considerar a las niñas y mujeres jóvenes y estos desafíos son aún mayores dadas las poco efectivas o lentas respuestas de los gobiernos de ciertos países.
Por su parte, el desempleo joven es el más alto de la última década. A principios de 2020 la cantidad de jóvenes que no trabaja ni estudia (NINI) era cerca al 21% y se espera que incremente este año. La creciente popularidad de los trabajos sin contrato, las pasantías no remuneradas o mal remuneradas y el continuo alto número de jóvenes en el mercado informal han estimulado a los trabajadores jóvenes a saltar entre trabajos de corto plazo mal remunerados. Al mismo tiempo, las distorsiones del mercado laboral redujeron las oportunidades de empleo para los adultos jóvenes: un déficit de oportunidades de empleo para los jóvenes con un alto nivel educativo en algunos sectores y una "crisis de habilidades" en otros (WEF, 2020), ver (gráfica 1: COVID-19 y su efecto en desempleo joven).
Gráfica 1: COVID-19 y su efecto en desempleo joven

Fuente: Elaboración propia en base a datos de la OIT (2020).
Salud mental
Los jóvenes están cada vez más consciente y proactivos con asuntos clave como las dificultades económicas, desigualdad intergeneracional, fallas de gobierno y corrupción; estos han recurrido a diferentes espacios físicos y virtuales para expresar su deseo de cambio, pero también su enojo, decepción y pesimismo. Los efectos de la pandemia tuvieron un fuerte impacto sobre los jóvenes al reducir sus perspectivas y exacerbar su frustración, deteriorando su salud mental. En los países desarrollados la soledad y la ansiedad entre los jóvenes se ha descrito como una “epidemia” y desde el inicio de la pandemia este se ha deteriorado hasta en un 80% para niños y jóvenes alrededor del mundo (Jefferies, P. & Ungar, M., 2020). En países en vías de desarrollo este descontento puede ser un factor de riesgo utilizado por actores reaccionarios como crimen organizado, grupos extremistas o reclutadores de conflictos armados. La cuarentena prolongada y el estrés por la pérdida de trabajo puede resultar en mayores tasas de depresión, ansiedad y desorden de estrés post-traumático y que ha desencadenado un aumento significativo en la tasa de suicidios en varios países.
El camino a seguir
La pandemia ha expuesto la vulnerabilidad de los jóvenes ante cambios sociales y económicos de magnitud. Los sistemas políticos y económicos tendrán que adaptarse para tratar las necesidades de los jóvenes y disminuir el efecto de una “generación perdida”. Los expertos sugieren la revisión en los siguientes aspectos como ejes para el proceso de recuperación:
1. Inversión en el sector educativo: generando nuevas formas de aprendizaje más inclusivo, adaptativo y comprensivo que permita a los estudiantes desarrollar las habilidades que se requiere en el mercado de trabajo, especialmente creatividad, innovación y habilidades interpersonales (blandas). Invirtiendo especialmente en la conectividad y en generar espacios seguros de relación.
2. Asegurar la protección social adecuada con políticas que permitan cerrar las brechas de género vigentes: Reconociendo las brechas existentes, adoptando medidas para cambiarlas como el trabajo remoto y flexible para mujeres en etapa de gestación e implementar programas de apoyo para las víctimas de violencia de género.
3. Tratar los efectos de salud mental minimizando los aún desconocidos efectos a largo plazo de la pandemia y sus consecuencias, incrementando los canales de apoyo para tratar y reducir la estigmatización de problemas de salud mental resultantes de estos tiempos caóticos e inciertos.
Además de estas inversiones a corto plazo, a largo plazo se necesita construir canales que permitan a los jóvenes que su opinión sea escuchada en diferentes niveles gubernamentales y privados, que permitan la transmisión intergeneracional de experiencias, conocimientos y habilidades, permitiendo disminuir las fricciones sociales y la frustración juvenil, asegurando que esta generación sea parte activa del proceso de recuperación del mundo post-pandemia.
¿Y en Bolivia?
A pesar de las políticas fiscales basadas en principios de desarrollo y equidad implementadas durante las últimas gestiones de gobierno, en el país persisten graves problemas de prosperidad desigual entre zonas y generaciones. Los programas sociales de estímulo a gran escala aún son insuficientes para que las generaciones más jóvenes ganen mayor protagonismo. En economías como Bolivia donde el trabajo informal es predominante, la falta de protección social incrementa el riesgo de que los jóvenes caigan en la pobreza más fácilmente, consecuencias que pueden afectar a su descendencia. Medidas que dificultan la vinculación y desvinculación laboral, la insuficiente creación de puestos de trabajo o las excesivas barreras impositivas y burocráticas, dificultan bastante la movilidad entre el sistema educativo y los centros laborales. Para los jóvenes esto tiene muchas implicaciones, por un lado, una insuficiente formación -derivada del alto costo de oportunidad que representa la educación- como un factor para la precariedad laboral. Por otro, la sobre calificación que no encuentra acogida en un mercado laboral cada vez más estrecho y exigente, y que los conduce a trabajar en puestos de baja remuneración, que subestima sus capacidades y para lo que no fueron entrenados. Una vez más en Bolivia debe ser la informalidad y no el desempleo el punto central del debate al momento de construir políticas públicas para los jóvenes.
Del “sin experiencia” como una sentencia al desempleo hablaremos muy pronto en próximas redacciones.
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