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Tipo de Cambio Boliviano ¿Ancla o Bomba de Tiempo?

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    LaLlamaFinanciera
  • 19 jul 2020
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 20 jul 2020





Por: María Laura Torrico Ramos


No sería una sorpresa, que un ciudadano boliviano responda, con seguridad y certeza, que el tipo de cambio con respecto al dólar “es 6.96”. Y sí, hace exactamente 8 años este ha sido el tipo de cambio fijado por las autoridades monetarias ¿Da seguridad esta “estabilidad”, no?


Si repasamos un poco la historia de Bolivia, y los términos relevantes del tipo de cambio, Bolivia ha adoptado desde 1987 un tipo de cambio reptante, es decir, un intermedio del tipo de cambio fijo; el cual es susceptible a pequeñas variaciones que “reptan” a un valor que responde a la inflación anterior o se ajusta por debajo de la inflación esperada. Esto es importante, porque si le pregunta a personas “mayores” antes del 2005, es decir, antes que Evo Morales y el MAS llegaran al poder, el tipo de cambio sufría constantes depreciaciones. Sí, cada vez se hacía más ‘caro’ el dólar, necesitabas más moneda local, en este caso, más bolivianos, por cada unidad de moneda extranjera, siendo ésta el dólar, es por eso que tanto la banca como el ciudadano común prefería manejar dólares a bolivianos. El objetivo era ser más competitivo en la exportación de commodities, como el gas, entre otras materias primas.


¿Y qué sucedió? A pesar de la crisis financiera del 2008, y con la “economía blindada” de Bolivia, el país comenzaba a despegar en su carrera como productor regional de gas, dado el incremento del precio del oro negro (petróleo), que pasó de cotizarse $us. 71.89 en julio de 2007 a $us. 131.22 en julio de 2008 por barril, es decir, un incremento del 82.5% en el precio, el cual está indexado al producto de interés, el gas, el cual es el producto “estrella” en materia de exportación en Bolivia.


Ahora bien, se podría haber potenciado las exportaciones en ese momento, aprovechando efecto precio y volumen en producción, sin embargo, ¿qué se hizo? Se apreciaba paulatinamente el tipo de cambio con respecto al dólar, se perdía competitividad y a través de los años no se incrementaban los niveles de producción de gas, ya que las excavaciones o búsquedas de yacimientos dentro del territorio no fueron exitosas.


Aún así, el panorama se presentaba favorable, ya que de igual manera se acumulaban divisas (dólar) y reservas internacionales, puesto que el efecto precio del mercado internacional los sobrepasaba, en ese momento de bonanza o como se lo llama el “BOOM” de commodities. Su relevancia se enmarca, dadas la relaciones teóricas y prácticas que sostienen, desde los clásicos modelos IS-LM-BP, que a medida que se acumula divisas, las mismas ejercen presión sobre el tipo de cambio local hacia la apreciación de éste, es decir, aumenta su valor con respecto a la moneda extranjera y viceversa, lo cual es primordial para solventar un tipo de cambio “fijo”, de esta forma se requiere la entrada de grandes cantidades de divisa, que se traducen en reservas internacionales.


En ese esquema, suena razonable que a medida que se acumulen divisas y reservas internacionales se aprecie el tipo de cambio. Sin embargo, esa coyuntura, ¿en algún momento se acabaría? Los precios internacionales de commodities iban a sufrir correcciones eventualmente. Siguiendo esa línea, en 2014 se alcanzó el mayor pico de nivel de Reservas Internacionales de la historia boliviana: 15 mil millones, se lograron crecimientos económicos consecutivos del nivel de PIB de 4%. Tanto para la moneda, como para el país en general, había crecido la confianza del ciudadano común, así como de los organismos internacionales.


Manteniendo la cronología histórica, el 2012 se realiza la última apreciación del tipo de cambio y se lo “ancla” al famoso 6.96, con objetivos de control de la inflación y en la inflación importada, impulsar la “bolivianización” y la transmisión de la política monetaria de una manera más eficiente dado este efecto ¿Suena mala idea? No, y en efecto, no lo era a pesar de temas de competitividad, se encontraban en un momento de mucha estabilidad como país y crecimiento. Sin embargo, en lugar de aprovechar este momento para realizar inversiones eficientes para diversificar la economía, la salud o la educación, a modo de “backup plan”, los resultados fueron inversiones deficientes con débiles intentos en proyectos con el litio, la urea (commodities sin valor agregado), la ciudadela científica, el tren metropolitano, entre otros.


La gran caída de los precios del petróleo se produjo entre 2014 y 2015, la cual fue una “caída sin retorno”, en el sentido que nunca volverían a esos niveles de precio de la abundancia económica que vivieron, es decir, cualquiera que analizara la fracturación (quiebre estructural de comportamiento de alguna variable) y cambio de tendencia del precio del petróleo, el cual se tradujo en el precio del gas, tendría la información suficiente para pensar que uno de los principales soportes del tipo de cambio en Bolivia se debilitaba.


Debido a lo anteriormente descrito, las exportaciones cayeron, dado que el efecto precio era muy fuerte para el nivel de competitividad salvaguardado por el “ancla” tipo de cambio, y en ese sentido, Bolivia experimentó una serie de déficits de balanza comercial que después se traducirían en déficits de balanza de pagos y una pérdida irrecuperable de reservas internacionales. Entonces, ¿valía la pena luchar por un tipo de cambio “estable” o “estático” a ese costo? ¿Qué ganaban con defender el 6.96 de este desplome de precios del mercado internacional? ¿Preservar la tan exitosa bolivianización o la confianza del boliviano?


Con las premisas previamente planteadas, sin un plan B de reserva y despilfarrando todas las reservas internacionales acumuladas a través de estos años de bonanza, sólo lograron “mal acostumbrar” a la población boliviana a una realidad insostenible. Probablemente, hubiese sido una buena idea ir flexibilizando el tipo de cambio de centavo a centavo a partir del 2017, donde se tenían previsiones más o menos garantizadas de la nueva tendencia del gas, para ir liberando esas cadenas de ese “ancla”.


Sin embargo, paralelamente, en el país se introducía en el panorama el “déficit gemelo” de deuda externa y déficit fiscal que empezó a tomar fuerza a partir del 2012, entonces, ¿cómo soltar lo único que les daba estabilidad, que era la preciada “ancla”, que cada vez tomaba más forma de “bola de nieve” y “bomba de tiempo”?


A medida que se acercaba el año electoral del 2019, ambos gemelos se “alimentaban” del tipo de cambio y éste, a su vez, de las reservas internacionales, las cuales cayeron a uno de sus niveles más bajos de la última década, sólo el último año sufrió una pérdida del 25% del total, acelerando la presión cambiaría.


Pero, ¿cómo explicarle al boliviano que algo a lo que estaba tan cómodo y acostumbrado ya no era sostenible? Obviamente, no era una medida preferida en la carrera presidencial, pero a medida que pasaba el tiempo, esto sofocaría los recursos con más presión. Además, en medio de esta situación de por sí difícil, el 2020 y con Gobierno transitorio, se experimenta la pandemia del Coronavirus, el cual afianzó la presión del déficit gemelo, tanto la deuda como el déficit fiscal se acrecentaron. Parece que no era el momento oportuno de “liberarse” de la bomba de tiempo del tipo de cambio, ¿no? Ahora sería una variable que se tendría que sostener hasta tener condiciones más óptimas para dar ese difícil paso para la economía boliviana.


Entre las pocas buenas noticias, las preciadas Reservas Internacionales no se redujeron en esta crisis sanitaria y pudieron mantenerse, a un nivel de 6.3 mil millones aproximadamente; se logró frenar su declive e incluso incrementarse ligeramente, pero eso se debió a los contratos fijados con Brasil y Argentina la primera mitad del 2020 ¿Qué pasará cuando ninguno de esos países nos puedan seguir pagando debido a la crisis sanitaria? Además, de su reducción de demanda de gas, que cayó en marzo un 15%, así como la caída de las fijaciones de precios de 17,8%. Esto no solo genera incertidumbre y ansiedad para la economía boliviana, sino que los obliga a tener que tomar posturas definidas sobre el tema.


La primera, superar la crisis sanitaria provocada por el Covid-19. Segunda, aplicar mayor seriedad en tema de inversiones y diversificación de la economía, prepararándola para cuando sea menos nocivo liberar el tipo de cambio. Ésta es la oportunidad para la población boliviana de cambiar y hacer las cosas de una manera más consciente y precisa.


Bibliografía:


De Sousa, D., & Zeballos, D. (2015). La Política cambiaria en Bolivia, Objetivos y Efectividad. Revista de Análisis, 23, 63-102.

Fernández, F. (2017). El Mercado de Divisas: Sistemas de tipos de cambio.

Fundación Milenio. (2019). Informe Nacional de Coyuntura (429).

Latter, T. (1996). La elección del régimen de tipo de cambio. Handbook in Central Banking, 2, 5-12.

Lazcano, M. (2020). Brasil baja la demanda de gas natural boliviano y aumenta sus compras de mercado de ultramar. La Razón.

Wahren.P (2018). Determinantes del Tipo de Cambio en América Latina.



María Laura Torrico Ramos es egresada de Economía, de la Universidad Privada Boliviana


 
 
 

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