¿Todo para el campo, o todo para la ciudad? Una historia de sesgos
- LaLlamaFinanciera
- 20 ene 2021
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Por: Diego Rojas Vargas
Desde la publicación de su teoría del sesgo urbano, Lipton (1977) ha generado una corriente de análisis de la pobreza enfocada en temas como la desigualdad entre áreas urbanas y rurales, la hegemonía del desarrollo urbano y el control de precios con efectos negativos para la producción rural. Cedric Pugh (1996, p. 1049), lo interpreta como una asociación de intereses urbanos que influyen en la formulación de políticas y que dan lugar a un desarrollo económico desequilibrado en desmedro de las áreas rurales. Las autoridades de países en desarrollo tienden a apoyar, y son parte de, los intereses de la zona urbana; provocando sucesos políticos y económicos que generan este desarrollo desbalanceado (Lipton, 1977, p. 63). La persistencia de la pobreza rural, se explica en el desarrollo de los países por y para los individuos que gobiernan desde y para la ciudad (Lipton, 1977, p. 68). El sesgo urbano se materializa en los instrumentos, mediante los cuales, los recursos son utilizados para privilegiar a las áreas urbanas (Disney, 1979, p. 167). En el lado contrario, existen quienes alegan la existencia de un sesgo rural: Una desproporcionada inversión de recursos en las zonas rurales en desmedro de las urbanas que ha desencadenado en la generación y/o persistencia de la pobreza en las ciudades (Collier, 1997).
Existen sesgos estructurales, legado de las instituciones extractivas coloniales, donde ciertas áreas merecen un desarrollo y otras sólo sirven para su explotación (North, 1994; López, 2018). Esto se visibiliza en el periodo de 1950 a 1980 con las estrategias proteccionistas y de sustitución de importaciones para industrializar el mundo subdesarrollado y la posterior transformación estructural macroeconómica; decisiones políticas y económicas que López (2018) considera como evidencia de un sesgo urbano. Bolivia no es ajena a estos procesos socioeconómicos y, desde 2006, cursa el neo estatismo (Morales, 2017), mucho más diferente y característico. La heterogeneidad en el manejo político y económico del país, desde la revolución del '52 hasta nuestros días, permite pensar que la existencia, o falta, de un sesgo urbano, puede no ser un proceso lineal. Para identificar la presencia de este fenómeno, propongo una revisión de los últimos tres periodos económicos, dada la caracterización propuesta por Morales (2017), y de sus procesos políticos y económicos más representativos, considerando si estos favorecieron al mundo rural o al urbano. A su vez, considero la relación de los gobernantes con el campo y la ciudad.
La revolución nacional y sus prolongaciones (1952-1985)
En las décadas de 1950 y 1960, los países en vías de desarrollo aplicaron una serie de políticas de fomento a la industrialización (Martin, 2003, pp. 187-190). Bolivia se encaminó en este proceso con la revolución nacional de 1952, que tuvo en primera línea a los obreros, campesinos y policías, pero a los burgueses como principales dirigentes del MNR (Morales, 2017) —mostrando un patrón político de ciudad sobre campo—. La revolución trajo consigo la nacionalización de las minas y la reforma agraria, distribuyendo los latifundios del occidente entre sus colonos; a la vez, la revolución trajo consigo el voto universal (Morales, 2017). Sin embargo, a pesar de que estos cambios conllevaron un beneficio para el desarrollo rural, los resultados finales fueron ambiguos.
En desarrollo económico, mientras miles de mineros pasaron a ser dependientes del Estado, se mostró un notable interés del Gobierno por el fomento a la agricultura comercial cruceña a través del llamado Plan Bohan para diversificar la producción nacional. Así, la fuerza laboral campesina del occidente migró al oriente, donde las élites seguían teniendo control del sector agrícola (Soruco et al., 2008), y se afectaron los circuitos de producción y de distribución de alimentos de origen campesino (Morales, 2017). Kay (2009), argumenta que la corriente del sesgo urbano ignora las sinergias agricultura-industria que permiten el desarrollo rural. Sin embargo, en Bolivia, la inversión en agricultura benefició a una élite ya establecida y no a los campesinos (Soruco et al. 2008).
Se estableció el capitalismo de Estado, con control estatal de la propiedad y la administración de las principales empresas productivas; originando un centralismo administrativo. A inicios de los sesenta, se establecieron los lineamientos para la industrialización por sustitución de importaciones, empezando por los alimentos. Las reformas trajeron escasez e inflación. El control de precios ocasionó un crecimiento en los costos del campo (Morales, 2017). Gracias a mayores precios de insumos a aquellos obtenidos en mercados, y la competencia extranjera (Pugh, 1996), las exportaciones agrícolas se vieron afectadas negativamente por condiciones de mercado injustas (Jones y Corbridge, 2010, p. 10). «El giro de precios evidenció y profundizó el sesgo urbano por ser una medida en favor del proceso de industrialización» (López, 2018).
Durante los setenta, una serie de gobiernos militares continuó el proceso de industrialización pero enfocado en el potencial gasífero del oriente. Con sus arcas en déficit, el amplio gasto público fue financiado con préstamos extranjeros sin precedentes. Para los ochenta, la crisis de la deuda y su hiperinflación evidenciaron las deficiencias del capitalismo de Estado y su fuerte dependencia hacia los créditos externos, sellando así su fracaso (Morales, 2017).
Neoliberalismo 1985-2005
Este periodo inicia y se caracteriza por el D.S. 21060, que contenía el programa de estabilización que paró la hiperinflación y dio comienzo a las políticas neoliberales (Morales, 2017). Primó la austeridad en el gasto fiscal con el aumento del precio de los combustibles, congelamiento salarios y otros gastos del sector público, y despidos masivos de personal. También se liberalizó el mercado de bienes mediante la eliminación de los controles de precios y de las restricciones a las importaciones y a las exportaciones, además, se fijó un arancel bajo y uniforme. Se sentaron las bases para la liberación del mercado financiero, al que las poblaciones rurales tenían acceso restringido y, por último, la del mercado de trabajo con el principio de la libre contratación.
Después del proceso de liberalización y estabilización de diez años, se empezó el de privatización de empresas. En 1996, se reforma el sistema de pensiones, que solo benefició al sector formal de la economía, que era predominantemente urbano. Se crea el Bonosol, una renta universal de vejez que mejoró la crítica situación de los campesinos de tercera edad. Se descentraliza la administración pública mediante la cesión de competencias a los gobiernos municipales, los cuales tuvieron implicaciones políticas de gran alcance. Estos, más cercanos a los votantes, podían atender mejor sus pedidos y, de esta manera, las necesidades del área rural podrían por lo menos comenzar a tomarse en cuenta.
Morales (2017) argumenta que mientras la pobreza declinó, hubo una pésima distribución del ingreso y se dio una brecha entre hogares educados que aprovecharon la liberalización de la economía y hogares de baja educación —los habitantes del campo—. El descontento con el modelo, se origina por empeoramiento de la distribución del ingreso ignorado por los gobiernos. En este sentido, la idea de López, «la persistencia de políticas tomadas desde las ciudades, que han apoyado ciertos programas y sectores sobre otros, ha generado efectos negativos como el aumento de la desigualdad dentro de los países» (2018), se confirma.
Neo estatismo (2006-2016)
Morales (2017) explica la caída del neoliberalismo en 2003, por los cambios demográficos, el empoderamiento de poblaciones rurales y periurbanas y el empeoramiento de la distribución del ingreso. En 2005, Evo Morales Ayma, por el Movimiento al Socialismo (MAS), se convirtió en el primer indígena electo como presidente. En 2009, se aprobó una nueva Constitución Política del Estado, influenciada por culturas indígenas. Fue reelegido en este año y en 2014. El voto campesino, indígena y rural por primera vez, se había superpuesto a los intereses ciudadano burgueses. Sin embargo, el MAS fue criticado por tener a k’aras como esfera de decisión, y no así, a los campesinos que decía representar (Molina, 2013).
El gobierno de Morales coincidió con el auge en precios de las commodities, y la nacionalización de los hidrocarburos de 2006 fue fundamental para el modelo neo-estatista. Las exportaciones se concentraron en: Gas natural, metales, y soya (Morales, 2017). La política económica neo-estatista ha sido calificada de populista por su interferencia en los mercados y su énfasis en los aspectos redistributivos y el clientelismo. Morales (2017) insiste en que, a pesar del discurso oficial de redistribución, las políticas no han sido suficientemente claras y que existe duda en la explicación del progreso en los indicadores de desarrollo social y la reducción de la desigualdad en la distribución del ingreso. Los cuales bien podrían ser explicados por el auge en los precios de las commodities y sus remuneraciones reales más altas, que han producido una migración del campo hacia las ciudades; lo cual se traduce en una mejora en los ingresos con relación a los que se tenía en labores agrícolas. Así, se duda de la sostenibilidad del progreso logrado si la caída de los precios de los commodities a partir del 2014 se prolongara.
Este periodo podría ser el predilecto para un posible sesgo rural en el programa «Bolivia cambia, Evo cumple», vigente desde 2006. Sin embargo, este parece no ser desarrollista, sino, clientelista: «en municipios rurales escogidos con una diversidad de criterios: Porque un alcalde o una organización social hacen una solicitud y logran persuadir al presidente de ella, porque se buscan simpatías electorales en una zona adversa, y en fin, porque la repartija de obras sirve para construir el equilibrio político que, justamente, se necesita para garantizar la unidad», además de corrupto: «en algunos casos los proyectos no fueron concluidos o presentaron irregularidades económicas y técnicas donde la responsabilidad final se encontraba en manos de los dirigentes locales, que efectivamente recibieron el dinero de las obras» (Molina., 2013). De esta manera, la idea de un sesgo rural parece ser manchada, o por lo menos, estar inconclusa.
¿Existe el sesgo?
Desde principios de la década de 1950, la diversificación fue menester de la política pública y se repitió en los gobiernos posteriores sin mayores resultados, y la dependencia a los commodities se ha acentuado con sus altos precios (Morales,2017). Los productores rurales olvidados por el gobierno migraron para poder encontrar subsistencia. En 1952, una burguesía comandó el movimiento obrero campesino y les otorgó tierras y derecho al sufragio, sin embargo, las políticas posteriores fueron orientadas al desarrollo de una zona dominada por élites en detrimento de los productores campesinos (López, 2018). La política neoliberal se centró en la estabilización macroeconómica, la liberación de mercados y la industrialización, ignorando el manejo de la distribución de recursos, por lo cual, se generó una brecha aún más grande entre personas de la ciudad y del campo (Morales, 2017). Con el neo estatismo, se volvió a un panorama similar al del ‘52 en materia económica. A pesar de tener a un presidente indígena, parece ser que su relación con el campo era netamente clientelista (Molina, 2013), y no existe claridad sobre sus políticas redistributivas (Morales,2017). Por el contrario, el fenómeno migratorio interno solo se acrecentó en su gobierno y los indicadores de pobreza extrema siguen concentrándose en áreas rurales (Soliz, 2017).
Parecen existir suficientes indicios para decir que en Bolivia el sesgo urbano ha sido el común denominador de la política, donde el sector campesino no es tomado en cuenta en el desarrollo económico y, es más bien perjudicado, donde una burguesía ciudadana es quien toma las decisiones, incluso, con un presidente campesino a la cabeza, y donde se considera al sector rural con fines electoralistas. Esto debe continuar siendo analizado, aún más con el nuevo gobierno de turno y los innumerables elefantes blancos que su partido acarrea.
Bibliografía
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Disney, Richard. (1979). Why Poor People Stay Poor: Urban Bias in World Development by Michael Lipton; The Vast Majority: A Journey to the World’s Poor by Michael Harrington. The Journal of Modern African Studies, 17 (1), pp. 167-168.
Grebe, H. (2017). Los ciclos de la economía mundial y el desarrollo de Bolivia. En Un siglo de economía en Bolivia (1ra ed., pp. 116-135). Fundación Konrad Adenauer Stiftung.
Jones, Gareth A. & Corbridge, Stuart. (2010). The Continuing Debate about Urban Bias: The Thesis, its Critics, its Influence and its Implications for Poverty-Reduction Strategies. Progress in Development Studies, 10 (1), pp. 1-18.
Lipton, M. (1977). Why Poor People Stay Poor: A Study of Urban Bias in World Development. London: Maurice Temple Smith.
López, L. (2019). Pobreza y subdesarrollo rural en Colombia. Análisis desde la Teoría del Sesgo Urbano. Estudios Políticos (Universidad de Antioquia), 54, pp. 59-81.
Martin, Will. (2003). Developing Countries’ Changing Participation in World Trade. The World Bank Research Observer, 18 (2), pp. 187-203.
Molina, F. (2013). ¿Por qué Evo Morales sigue siendo popular? Las fortalezas del MAS en la construcción de un nuevo orden. Nueva Sociedad (245).
Morales, J. (2017). Bolivia y los grandes ciclos históricos en los siglos xx y xxi. En Un siglo de economía en Bolivia (1ra ed., pp. 116-135). Fundación Konrad Adenauer Stiftung.
North, D.C. (1994). Economics performance through time. The American Economic Review, 8(3), pp. 359-368.
Pugh, Cedric. (1996). Urban Bias, the Political Economy of Development and Urban Policies for Developing Countries. Urban Studies, 33 (7), pp.1045-1060.
Soliz, A. (2017). Demografía. El crecimiento de la población de Bolivia. En Un siglo de economía en Bolivia (1ra ed., pp. 116-135). Fundación Konrad Adenauer Stiftung.
Soruco, X., Plata W., Medeiros, G. (2008). Los barones del Oriente. El poder en Santa Cruz ayer y hoy. La Paz, Bolivia: Fundación Tierra.
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