Un aporte silencioso a la economía.
- LaLlamaFinanciera
- 30 ago 2020
- 3 Min. de lectura
Por: Fatima Rocha
El trabajo no remunerado (TnR), es una realidad conocida por muchos y hablada por pocos; según la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Este se refiere al trabajo que se realiza sin pago alguno, caracterizado por llevarse a cabo en el ámbito privado a través del trabajo doméstico o los cuidados; entendiendo este último como actividades que incluyan la provisión de bienestar físico, afectivo y emocional a lo largo de la vida de las personas. Desde antes del confinamiento, estas actividades son realizadas en su mayoría por mujeres, triplicando su participación en comparación con los hombres (ONU Mujeres, 2020).
Esta contribución oculta de las mujeres a la economía de los hogares, ha sido una barrera durante años para su desarrollo pleno dentro la esfera del trabajo remunerado; limitando su opción de búsqueda en el mercado laboral para poder contar con ingresos propios, o participar plenamente en la política y la sociedad. En los últimos años, se han observado avances; pero la balanza continúa desproporcionada, y el confinamiento ha agravado la realidad más que nunca.
Esta crisis económica y sanitaria nos mostró la importancia de los cuidados dentro del hogar. Se debe cuidar de las niñas y niños, tomar en cuenta el colapso del sistema escolar, cuidar de las personas enfermas, y cuidar de no contagiarse. Este tipo de trabajos, son esenciales para la producción de economía, el desarrollo y el bienestar; y su efectuación recae, en la mayoría de los casos, sobre la población femenina: En Bolivia, las mujeres emplean el 23,1% de su tiempo al TnR, en comparación a el 12,1 % de tiempo empleado por varones (CEPAL, 2019).
Datos de la OIT revelan la existencia de 19.5 millones de trabajadores de cuidados remunerados, de los cuales 18 millones son mujeres; lo que representa el 15.3% de las mujeres con ocupación de la región. Si el trabajo no remunerado realizado por mujeres se cobrara, equivaldría al 9% del PIB mundial, es decir, 11 billones de dólares.
Organizaciones internacionales como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, 1979), que reconoce la contribución de las mujeres a la economía, o la Plataforma de Acción de Beijing (1995), realizan un llamado a los gobiernos para efectuar la medición de este impacto, y sobre todo, para generar políticas que protejan y fomenten esta contribución a la economía.
Esta situación, que se magnifica en América Latina y el Caribe debido a la cultura de estos países, podría servir como motor para la reactivación socio económica de la región de acuerdo a la CEPAL y ONU Mujeres (2020), las cuales, propusieron el «Compromiso de Santiago» con la idea central de implementar políticas que promuevan la economía del cuidado, además, de diseñar sistemas integrales de cuidados e impulsar programas para promover la generación de empleo de calidad y emprendimientos de mujeres en el comercio internacional.
Si bien se pretende que esta inversión en la economía del cuidado sea el principal dinamizador que genere una reactivación económica con igualdad y que se gire en torno a la formalización, remuneración, y seguridad social para todos los trabajadores, esta situación va más allá de las cifras: ¿Cómo es posible el mismo planteamiento año tras año desde un punto económico y no desde uno igualitario? Es imperativo dar este salto como sociedad y garantizar condiciones dignas para esta labor silenciosa, aunque contribuya de forma exponencial a la economía actual.
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