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VIABILIDAD EMPRESARIAL: ¿GANAR-GANAR?

  • Foto del escritor: LaLlamaFinanciera
    LaLlamaFinanciera
  • 4 nov 2020
  • 4 Min. de lectura

Por: Melanie Alba Sossa


Recientemente, el Fondo Monetario Internacional advirtió que los países de América Latina y el Caribe, para poder hacer frente al sobreendeudamiento de las empresas en este nuevo contexto, deberán discernir entre: las empresas viables y las empresas no viables.

Pese a que este enunciado suena a una situación “lógica”: “la empresa que va bien se queda, la que va mal se cierra”, no es para menos.


Evidentemente aquellas empresas consideradas viables precisarán ayudar para agilizar el proceso de reestructuración de la deuda, ya sea mediante soluciones o incentivos de restructuración estandarizados, pudiendo llegar a recurrir a marcos extrajudiciales si es que el volumen de casos a gestionar fuese elevado.


Pero, ¿qué pasa con las que no? Es inquietante caer en cuenta que ya no se habla de posibles soluciones para mejorar el financiamiento a las empresas que se han visto gravemente afectadas durante la pandemia. Sino, a su inversa, los planes de acción consisten en idear marcos de quiebra eficientes y equitativos que permitan una buena distribución de las pérdidas entre los inversores, acreedores, propietarios, trabajadores y gobierno.


Ante ese apercibimiento, lo normal – además de inmediato – que piensa cualquier emprendedor es sobre en que situación se encuentra: ¿Es mi empresa viable o no?

Partiendo de la definición de viabilidad, en términos empresariales, ésta hace referencia a la posibilidad de que “un proyecto o negocio pueda progresar, garantizado a largo plazo su rentabilidad económica”.


Ante la cuestión de cuáles son los factores que conducen a la quiebra a una empresa, existen diversas corrientes y formas de responderlo, ya sea mediante análisis de rentabilidad financiera y económica, análisis de liquidez y solvencia, análisis de la estructuración de costos, incluso modelos predictivos como Z de Altman o el modelo de Springate.


Ciertamente no podemos determinar sin posibilidad de error si una empresa quebrará o no, pero sí podemos estimar la probabilidad de quiebra. Además, y muy aparte, de forma empírica más que académica, uno sabe cuando su empresa anda mal.


Ahora, bajo esta nueva lógica de acción, supongamos dos ejemplos: una empresa inviable y otra empresa viable.


La empresa considerada inviable tendría que declararse en quiebra o liquidarse. No cerrarla correctamente es un tema delicado y trae consigo varias consecuencias contiguas a este hecho, entre ellas están: conflictos entre socios, obligaciones fiscales que cumplir y la no repartición de bienes y capital. Sin lugar a dudas, la recomendación del FMI de idear marcos de quiebra eficientes son un punto fundamental a considerar.


Ahora supongamos que la empresa es viable. Pareciera en una primera instancia que “acá no hay mucho que hablar” puesto que estamos hablando de una empresa que funciona, que es rentable y que además, recibirá ayuda para hacer frente a los desafíos que le proporcionó la pandemia.


Sin embargo, estos escenarios sólo ocurren si los vemos por separado, y creo que es importante aclarar que eso no es así. En el ecosistema empresarial en el que nos encontramos no podemos hacer de cuenta que el futuro de cada empresa es un caso aislado. Sin duda las empresas inviables se ven fuertemente afectadas, pero ¿y las empresas viables? ¿Le conviene a una empresa viable que otras empresas cierren? ¿Esto se traduciría únicamente en menor competencia, quizás? Pues no. A todos nos debería alarmar el cierre de empresas.


Esto porque el fracaso de una empresa puede provocar un efecto contagio que afecta de forma negativa al resto de empresas con las que aquélla tenía relación, ya que pierden un cliente o proveedor, e incrementa el desempleo, lo que afecta al consumo en general.

Que un número limitado de empresas quiebre o que un número limitado de créditos comerciales o financieros falle puede ser absorbido por el conjunto de la economía sin que tenga efectos significativos.


Pero, un aumento generalizado en el número de empresas que cierran o en créditos comerciales fallidos afecta de forma directa al sistema económico, puesto que se podría producir un efecto dominó en la actividad económica. A esto se lo conoce como el credit contagion cuya definición es la propagación de las dificultades financieras de una empresa a otra. Incluso cuando los clientes de una empresa “sana” sufren dificultades financieras, la probabilidad de que esa empresa entre también en dificultades financieras se incrementa en igual manera.


Los efectos negativos del contagio son obvios y ocurren tanto en empresas complementarias (strategic complements) como en empresas rivales, debido a la quiebra de un competidor importante en el sector hace que sus inversiones se vean reducidas, probablemente, por un peor acceso a los fondos externos.


Hace poco leí un tweet de Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo desde 2018 hasta a la actualidad. Este año él batió un nuevo record en su patrimonio neto, alcanzando este año un estimado de US$ 202.000 millones, según el índice Bloomberg Billionaires, mientras las acciones de la compañía se dispararon. El tweet iba así:


"Valgo $202 mil millones mientras que Amazon vale $1 billón de dólares. Eso significa que he creado una riqueza de $798 mil millones para otros."


Acá, creo y me atrevo a decir que tener éxito implica hacer que otros tengan éxito. Un panorama de empresas fracasando sólo indican que algo anda mal en el campo económico. Si bien en estos casos es indudable que la lógica y el contexto fundamentan la resignación del FMI, al menos por el lado de la iniciativa ciudadana el quiebre de empresas no debería ser normalizado o considerado “lógico”. En definitiva, el quiebre de una empresa no es un hecho aislado pues implica la pérdida de un proveedor, de un cliente y la pérdida de poder adquisitivo de los consumidores que ahora estarán desempleados.


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